Un Maestro Zen,sabio,santo,está agonizando.
Sus discípulos le ruegan:
-¡Maestro,díganos sus últimas palabras!
Y el monje,antes de lanzar su último suspiro,grita:
-¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir!
En verdad no es el Maestro Zen,en su esencia ,el que no quiere morir,sino cada uno de sus cuatro egos.
Él,es un ser que ha realizado su consciencia cósmica y que observa su cuerpo y sus otros tres centros,de manera objetiva. Deja que su cuerpo se exprese:“No quiero envejecer,no quiero podrirme,no quiero dejar de ser materia”.
Deja que su centro intelectual proteste:“No quiero desprenderme de mis palabras,no quiero sumergirme en la nada,no quiero cesar de ser”.
Deja que su centro emocional se queje:“No quiero cesar de ser amado,no quiero soltar los lazos que me atan a tantos queridos seres y cosas”.
Deja que su centro sexual exclame:“No quiero perder el poder,no quiero nunca más desear,nunca más crear”…
Estas cuatro partes del Maestro,no son el Maestro:éste acepta con tranquilidad morir porque sabe que todo es efímero,que todo es ilusión,que todo tiene la calidad de los sueños.
En verdad ha sobrepasado las fronteras de sus cuatro Yo y ha llegado a la consciencia impersonal.
No se identifica ni a su cuerpo ni a sus tres centros,no quiere obtener algo ni ser algo,no le importa que lo consideren Maestro,no le importa el Zen,no le importa ser admirado,no le importa que lo recuerden.
Lo único que le importa es ser lo que ese impensable que llaman Dios quiere.
Mientras lanza su último suspiro,fija la totalidad de su atención en ese algo inmensamente misterioso,ese terreno desconocido,que ha sido él mismo y se sumerge en la luz eterna.
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